En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano nos entrega un hermoso cuento que constituye una metáfora espléndida de la escritura: Había una vez un viejo solitario que pasaba gran parte del día en la cama. Se rumoreaba que tenía un tesoro escondido en su casa y un día unos ladrones se metieron a buscarlo. Escarbaron por todos lados y por último encontraron un baúl en el sótano. Se lo llevaron y al abrirlo descubrieron que estaba lleno de cartas. Eran todas las cartas de amor que había recibido el anciano durante su larga vida. Los ladrones iban a quemarlas, pero lo conversaron y decidieron devolverlas a su dueño. Una por una. Una por semana. Desde entonces, cada lunes al mediodía, se puede ver al anciano esperando al cartero. Al verlo aparecer, corre a recibirlo, mientras el cartero, que está al tanto del asunto, agita la carta en la mano. Y entonces hasta San Pedro puede oír los latidos de ese corazón, loco de alegría al recibir el mensaje de una mujer.