El financiamiento de la Organización Mundial de la Salud, tal y como funciona hoy, se compone en más de un 80% de aportes voluntarios destinados a programas específicos. Estas contribuciones no sólo provienen de los países miembros de Naciones Unidas, como ocurría originalmente, sino de fundaciones, agencias, individuos o empresas —incluso farmacéuticas—, que luego tienen el poder de decisión sobre las iniciativas propuestas. En otras palabras, se trata de aportes cuyo destino es direccionado por el donante, y la OMS no puede disponer de estos fondos según sus necesidades o criterio. Parece prácticamente imposible que esta organización multilateral logre mantener la independencia que necesita una realidad como la actual respecto a la última pandemia.