Dichos de Luder

—¡No te des tanta prisa! —le reprocha Luder a un amigo que tiene la costumbre de andar siempre muy rápido—. De todas maneras vas a llegar puntualmente a la hora de la cita que tienes concertada con la muerte.

—Soy como un jugador de tercera división —se queja Luder—. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada.

Si me quejo a menudo de mis males no es para que me compadezcan —dice Luder— sino por el infinito amor que les tengo a mis semejantes. Me he dado cuenta que la gente duerme más tranquila arrullada por la música de una desgracia ajena.

Nunca alcanzarás a los ricos —le dice Luder a un amigo mundano y arribista—. Cuando te mandes hacer tus ternos en Londres, ellos ya se los hacen en Milán. Siempre te llevarán un sastre de ventaja.

Quizás sólo en el instante de morir —dice Luder— recibamos la llave del cofre donde está guardado el libro que contiene el secreto de la verdad. Pero ya no podremos transmitir ni la llave, ni el libro, ni el secreto, ni la verdad.

Vámonos ya —le dicen a Luder, que sigue refugiado en un portal, escrutando el cielo lluvioso, en medio del estampido de los truenos—. El temporal ya está pasando.
—Prefiero que pase. En toda tormenta hay un rayo reservado para cada uno de nosotros.

Hoy he amanecido particularmente optimista —dice Luder—. Creo que voy a poder al fin dedicarme a la redacción de mi epitafio.

Me he dado cuenta que cometo siempre los mismos errores —dice Luder—. Lo que es una gran comodidad: el discurso de arrepentimiento lo tengo ya preparado.

No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la más rara —dice Luder—. Busca solamente tu propia palabra

Es penoso irse del mundo si haber adquirido una sola certeza —dice Luder—. Todo mi esfuerzo se ha reducido a elaborar un inventario de enigmas