Época de cerezos

Las autoridades siempre piensan que la gente es estúpida, que hay formas de disfrazar la desgracia, pero los que llenamos camillas con muertos ya no creemos en sus excusas.

Retomamos, aunque sentí un fuerte mareo, la cabeza me daba vueltas y recordé las palabras de Gorki sobre que escucharía el ruido de los tambores todo el tiempo, solo que no mencionó que retumbarían en mi cerebro. La fuerza se me había ido, pero el que cayó desmayado fue uno de los fagotistas.

Quizás el sonido era un rumor de al lado, las señales de vida que no pueden contenerse con paredes tan delgadas como las de esas casas.

Nada de lo poco que sabía de ella representaba un nexo que por casualidad pudiera suscitar un reencuentro. El vínculo con Triana se terminaría en cuanto saliera de ahí.

Desde que tiene ataques de histeria con más frecuencia, a mí también me molestan los fantasmas. Una noche estaba durmiendo y alguno de ellos me tapó la nariz, solo por jugar. Creí que me ahogaría.

En aquellos encuentros me interesaba poco escucharme, quería oírla, saber qué sucedía con los trozos de vida que me mostraba.

Una semana fue suficiente para darme cuenta de que ya no pertenecía a casa de mis padres, ni a la ciudad, ya no tenía amigos ahí a quienes visitar ni nada más productivo por hacer en ese infierno bochornoso

Mi mamá y yo estamos condenadas a oír las vidas de los demás, no la nuestra. De la otra casa solo nos trajimos el piano. Fue una suerte que a estos fantasmas no les gusta la música, o tendríamos aquí a todo el regimiento.

Mi mamá y yo estamos condenadas a oír las vidas de los demás, no la nuestra

Si lo que la motivaba eran el recuerdo y la tristeza, debía ir al mar, porque en el río solo podía esperar un despellejamiento.