Los primeros años de vida conforman, sientan cátedra, saltan a la vida por la ventana como materia prima, solventan piélago de luces y sombras, glorias y miserias salidas al paso. No son memorias ni mentiras, ficción ni ensalmo. La obra recaba impresiones y emociones perdidas que encaran días que restan tras cada esquina que se dobla. Efluvios del pasado que no se va ni se detiene, porque no cabe hacerlo, anclados como están en lo recóndito de la memoria. Ráfagas, ramalazos que montan años por caminos revestidos de colores y extraños fogonazos —de todo hay en la viña del Señor—; lo que el aire se lleva por medio y sin remedio. Renegaba de que todo partiera tan pronto, entero y artero, aspirando a pervivir de modo inoxidable; como la idea colmatada que no vuela, pero arraiga por dentro. Prende evolutiva por arrabales del recuerdo, avatares que deja el tiempo, juicios de valor que cobrando cuerpo repentivo, logran que no se marchen del todo. Como atrapar fantasmas a suspiros, cazar ideales siendo mariposas de otra época. Asómese el lector, si quiere, a esa ventana de Tailandia de hace un abismo, donde fui niño.