El terco rezo de las nubes

—¿Vamos a confiarle nuestra dieta a un robot? ¿Vamos a otorgar nuestros secretos a un pedazo de metal? ¿Dejaremos que cuiden de nosotros al interior del hogar? —preguntaron en un inicio los escépticos.

Ferrara cae de cara al piso y se pierde entre el terco rezo de las nubes rojas.

Aquellas imágenes que se repiten de forma recurrente en sus sueños de robot.

No quiero réplicas, Koni. Estoy harto de las malditas réplicas. Este es un maldito mundo de réplicas y de realidades simuladas.

Murieron como otros tantos temerosos, presas de inundaciones o terremotos. El tránsito de millones de humanos dominados por sus creencias ancestrales y sus miedos irracionales, se repite.

Mira por la ventana y se deja atrapar por la imagen de la lluvia ácida que no ha cesado en dos días. En Shangai las luces de neón iluminan la tormenta y el inmenso puerto de despegue. Las gotas de colores rosas y azules que caen con demencia pegan una tras otra sobre la ventana.

Julio B tomó la taza de cobre con ambas manos y asintió saboreando la acidez del café en su boca. Una sensación aromática quedaba al final de la garganta y subía hasta la nariz luego de cada trago.

Prefirió tomar una pastilla de hidratación del blíster que crujía en su bolsa.

Dicen que en el Maguncia una gran máquina hace el trabajo de unos treinta amanuenses por sí sola. Dicen que aquel artefacto maligno nos vuelve inútiles e inservibles.

De la péñola que tengo en vez del índice, mana la tinta que corre por mi cuerpo mezclada con mi sangre.