fue más o menos hace un año, nos hicimos amantes, lo único que yo quería era que cesara la atracción. Atracción atracción atracción. Me atraía los brazos. Me atraía los ojos. Me atraía los pulmones. Me atraía el sudor en los muslos. Me atraía de noche, me atraía todo el día, atrayéndome sin dejarme caer, sin quemar, sin importar, ¿qué importa la atracción? «Es sólo amor», solía decir, riéndose, abriéndome la ropa. Llamaba a nuestros cuerpos «este lujo». «Ningún lujo es eterno», le respondía yo, y él replicaba, «eso está bien, no tenemos mucho tiempo». El amor le hacía tan feliz que empecé a llamarle el emperador de China. Había lugares donde el lujo disminuía, donde yo esperaba. Vi algo abrirse en un destello y luego lo perdí.