Pero el que dijo eso de que el cerebro es el órgano sexual por excelencia, aunque a esta altura sea un empalagoso lugar común, no se equivocó: todo lo que les veo hacer a ellos, se refleja virtual y simétricamente en mi cuerpo: mojo mis dedos en la tibieza de la cavidad humedecida de ella, ostento la dureza de él, el aliento de ella me empaña las pupilas. Y cuando todo termina, siento también el alivio sideral de vaciar aquello que estaba cargado a reventar, de desagotar ese excedente que me estaba matando.