Xosé Manuel Domínguez Prieto

  • Ricardo Mejía Lópezцитує2 роки тому
    «¿Dónde estás, Adán?». Esta es la primera pregunta de Dios en el Génesis. Y es también la pregunta que resuena en cada uno de nuestros corazones una y otra vez. ¿Dónde estás respecto de quien estás llamado a ser? ¿Qué estás haciendo de tu vida? Y junto a esta pregunta se puede sentir una invitación: «Vuelve a mí». «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Casi es una súplica de Dios a ti y a mí: «Volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Pero quizá no oigo ni la pregunta, ni la llamada, ni la invitación. Y me sumerjo en un eclipse de Dios. Pero no porque Dios se oculte, sino porque no escucho
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    si me concedo un tiempo de silencio, si aprendo a prestar atención, quizá descubra que soy visitado, que soy invitado, que Dios sigue a mi puerta esperando
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    Para todo tengo tiempo menos para encontrarme con Dios, que ya no lo vivo como prioridad
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    Pero Dios sigue ahí, esperándote, esperándome. A veces lo redescubrimos tras un dolor fuerte en la vida, tras un fracaso, cuando por fin se derrumban mis seguridades (que se derrumbarán, no lo dudemos). Pero también me puedo replantear mi vida, darme cuenta de la vorágine en la que estoy sumido y dejarme preguntar: «¿Dónde estás?». Porque, si me he perdido para Dios, me he perdido para mí
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    Sin embargo, cuando la vida se va echando encima, cuando las heridas interiores crecen y ya he probado todo remedio, y las cosas siguen igual o peor, se puede pensar que ya no hay mucho que hacer, y que, a estas alturas, lo de «Dios» y la religión suena ya un poco lejano. Quizá sea porque tenemos ahora nuevos dioses: mi cuenta corriente, mis viajes, mi salud, mi forma física, mis partidos de fútbol, mis ocios, mis compras, mi carrera profesional... Estos nuevos dioses quizá hayan desplazado hace tiempo a Dios en mi vida. Pero antes o después también experimentamos que estos dioses son frustrantes, que no nos dan la felicidad duradera esperada, que, más que hacernos crecer, simplemente nos han distraído, nos han hipnotizado mientras la vida se nos ha ido escapando de las manos
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    Dónde estás?», y la invitación: «Volved a mí de todo corazón». Esto es lo primerísimo que nos pide Dios. Algo tan sencillo como escuchar. De ahí vendrá todo lo demás. Dios nos pide que demos solo un primer paso: escuchar. Por eso nos dice: «¡Ojalá me escuchases!» (Sal 81,9). Lo que está en juego es mi vida, mi sanación, mi alegría
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    Y si tengo la valentía de abrir la puerta de mi corazón, de mi vida interior, por dormida o acorchada que esté, allí encontraré –o reencontraré– la clave de lo que había estado buscando sin saberlo. Este camino de «vuelta a mi hogar interior», este camino de vuelta a casa, este camino de auténtica sanación interior, es la invitación que te hago ahora. Es un camino de interiorización, un camino que comienza despertando y escuchando, y acaba en la sanación, en la experiencia de aquel que nos está esperando al otro lado de la puerta de nuestro corazón. Este es un camino que antes o después toda persona puede realizar, porque, o bien se dirige a su primer encuentro con Dios, o bien recupera su experiencia de Dios, volviendo a aquel que ya conoció. Se trata de dejar transformar nuestra vida por Dios. No hay que hacer nada: hay que dejar que Dios haga en nosotros. Y quien experimenta esto recupera la alegría y la paz, los dos indicios más claros de salud interior
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    Caminar por caminos interiores no consiste en realizar actos esotéricos, sino encontrarnos, en lo profundo, con quien es nuestra fuente, con quien nos ha amado, llamado y creado. Estas palabras van dirigidas únicamente a favorecer nuestra experiencia de Dios. En realidad, es maravilloso descubrir que no se trata de ponerse a hacer cosas, sino de que Dios haga en mí
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    sino de que Dios haga en mí. Por mi parte, solo he de «abrir mi puerta» para que entre en mi casa, es decir, crear las condiciones para esta acción de Dios en mí
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    Vida. Es, sin duda, la aventura más apasionante que se puede vivir, la aventura del camino hacia Dios, que es también la aventura de la auténtica sanación interior
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