Silvia Kot

A los siete años, Cacique también manifestó el deseo de desarrollar sus dones musicales. Después de todo, si Martha tenía talento, ¿por qué no él? ¿No tenía derecho él también a disfrutar de la atención exclusiva que le dedicaban a su hermana? Estudió sin descanso la sonata llamada “fácil” de Mozart, y un día se la tocó a Martha. La ejecutó trabajosamente, con vacilaciones, pero con las mejillas rojas de orgullo. Como respuesta, Martha se puso de espaldas al teclado, estiró los brazos hacia atrás y tocó la misma sonata sin una nota falsa. Humillado, Cacique no se acercó nunca más a un piano en toda su vida.

“Ayer, estaba muy cansado, y sólo tuve en clase a unos cretinos. Y después, oí su Re menor por la radio. Eso me hizo casi feliz”. Para Martha, en ese casi estaba todo Scaramuzza

Es muy sencillo: basta con quedarse en el aire un poco más

A veces, el público tiende a confundir malabarismo con técnica. La técnica sólo es el medio para superar dificultades y lograr el resultado que uno se ha fijado. Cuanto más alto es el ideal estético, más elaborada debe ser la técnica.

Y finalmente, la competencia llevaba el nombre de Busoni, quizás el pianista más grande de la historia, junto con Liszt y Rachmaninov

La velocidad desenfrenada de su tempo seguía siendo difícil de controlar. “Corre demasiado –se quejaba Madeleine Lipatti–. ¡Con usted, siempre hay drama o tempestad! ¿No desea que la amen?”.

En cierto modo, Martha Argerich toca Bach como Chopin: no con esa pesada ortodoxia filológica que se suele llamar ingenuamente “auténtica”, sino con una inteligencia intuitiva mucho más valiosa.

En América Latina, se suele decir que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos descienden de los incas y los argentinos descienden de los barcos.