Suzanne Collins

Así que, después, cuando me susurra:

—Me amas. ¿Real o no?

Yo respondo:

—Real.

Porque… —empieza a balbucear Peeta, ruborizándose—. Porque… ella está aquí conmigo.

—No es fuego de verdad, por supuesto, sólo un fuego sintético que Portia y yo hemos inventado. Estarás completamente a salvo —me asegura, pero no me acaba de convencer; es posible que acabe convertida en barbacoa humana cuando lleguemos al centro de la ciudad.

Tienes tanto encanto como una babosa muerta. —Ay, eso duele.

La idea hace que me pare en seco: un Peeta Mellark amable es mucho más peligroso que uno desagradable. La gente amable consigue abrirse paso hasta mí y quedárseme dentro, y no puedo dejar que Peeta lo h

La idea hace que me pare en seco: un Peeta Mellark amable es mucho más peligroso que uno desagradable.

La idea hace que me pare en seco: un Peeta Mellark amable es mucho más peligroso que uno desagradable. La gente amable consigue abrirse paso hasta mí y quedárseme dentro, y no puedo dejar que Peeta lo haga, no en el sitio al que vamos.

No sé qué hice como parte de los juegos, qué hice por odio al Capitolio, qué hice para que lo vieran en el Distrito 12, qué hice porque era lo correcto y qué hice porque este chico me importa

La expresión de Peeta cambia cuando se concentra; en vez de la placidez de siempre veo algo más intenso y distante que sugiere la existencia de todo un mundo encerrado en su interior.

El mérito, por supuesto, es de Peeta. Sola no puedo ser el Sinsajo.