Era, de cerca, como una Giralda vista de lejos, y mi nostalgia de ciudades, aguda con la primavera, encontraba en ella un consuelo melancólico.
Retorno... ¿adonde?, ¿de qué?, ¿para qué?... Pero los lirios que venían conmigo olían más en la frescura tibia de la noche que se entraba; olían con un olor más penetrante y, al mismo tiempo, más vago, que salía de la flor sin verse la flor, que embriagaba el cuerpo y el alma desde la sombra solitaria.
—¡Alma mía, lirio en la sombra!—dije. Y pensé, de pronto, en Platero, que, aunque iba debajo de mí, se me había olvidado.