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Jean Grenier

  • Sandra E. Medellínцитує6 місяців тому
    Escribir debe de tener algún parentesco, que antes me gustaba y ahora aborrezco, con la muerte. Si mi perro viviera, no hablaría de él. Me sentiría feliz (o infeliz) de vivir con él, me bastaría con eso. Ha desaparecido y no puedo contenerme: me asalta el deseo de hacer una recapitulación. Quizá sea también para procurarle una segunda vida.
  • Sandra E. Medellínцитує6 місяців тому
    ¿No te has dado cuenta de que, durante las interminables noches que preceden a la muerte de un ser querido, las conversaciones adquieren un tono serio y te atreves a abordar cuestiones que antes evitabas por pudor o que no pensabas plantearte?
  • Sandra E. Medellínцитує6 місяців тому
    Creemos vivir cuando en realidad lo único que hacemos es sobrevivir. Sobrevivimos a las flores, a los animales domésticos, a nuestros padres. Nos sobrevivimos a nosotros mismos, pues algunas partes de nuestro cuerpo y, andando el tiempo, de nuestros proyectos y recuerdos nos van abandonando a lo largo del camino. Aun así, a eso lo llamamos vivir.
  • Sandra E. Medellínцитує6 місяців тому
    «Mi equilibrio te echa de menos, me caigo, a mi lado se abre un agujero, me asalta el vértigo. Cuando estabas ahí, aun lejos de mí, pero vivo, me sentía tan seguro como el árbol que crece a la vera de un arroyo y empuja con majestuosidad su follaje hacia el cielo.»
  • Bianca Beltránцитує10 місяців тому
    Iba a echarlo de menos, en efecto. ¿Sabría él hasta qué punto lo necesitaba? No sólo su presencia continua, su compañía en mis paseos y nuestras comidas, sino también (lo cual es más singular, ¿verdad?) los momentos en que nos hallábamos lejos el uno del otro. Solía invocarlo por la noche al dormirme, como hacemos con una divinidad tutelar que no nos intimida. Era mi vínculo de unión con la Naturaleza en mayúsculas, cuyo carácter salvaje e inmensidad me asustaban; gracias a él, sólo conocía su carácter lenitivo, el silencio, el reposo, las satisfacciones sin preocupación ni remordimiento, los mantos de sol siempre desplegados ante los ojos, las fuentes que descubría mientras caminaba. Siguiendo su ejemplo, me hacía estar por completo presente en…
  • Bianca Beltránцитує10 місяців тому
    Nada más sobrevenir la muerte, uno se pregunta: ¿cómo ha podido ocurrir tal cosa? ¿No podría haberse evitado?

    Goya representa a varios médicos rodeando a un enfermo. La leyenda dice: «¿De qué mal morirá?».

    Morirá, eso es seguro, pero hay que darle un nombre a esa muerte. Ésta es la preocupación de los médicos, y ¿acaso no es también la de todos los humanos? Tras un desenlace que llaman fatal, y cuya fatalidad debería cortar por lo sano todo deseo de realizar pesquisas, comienzan a investigar para descubrir al asesino. Pero el asesino es la Naturaleza. Es ella quien, junto con nuestro primer día, nos regaló el último.
  • maleñoцитує9 місяців тому
    Goya representa a varios médicos rodeando a un enfermo. La leyenda dice: «¿De qué mal morirá?».

    Morirá, eso es seguro, pero hay que darle un nombre a esa muerte. Ésta es la preocupación de los médicos, y ¿acaso no es también la de todos los humanos? Tras un desenlace que llaman fatal, y cuya fatalidad debería cortar por lo sano todo deseo de realizar pesquisas, comienzan a investigar para descubrir al asesino. Pero el asesino es la Naturaleza. Es ella quien, junto con nuestro primer día, nos regaló el último.
  • maleñoцитує9 місяців тому
    Escribir debe de tener algún parentesco, que antes me gustaba y ahora aborrezco, con la muerte. Si mi perro viviera, no hablaría de él. Me sentiría feliz (o infeliz) de vivir con él, me bastaría con eso. Ha desaparecido y no puedo contenerme: me asalta el deseo de hacer una recapitulación. Quizá sea también para procurarle una segunda vida.
  • maleñoцитує9 місяців тому
    En la iglesia siempre oigo sermones a favor de Dios y muchas veces a favor de los hombres, pero nunca a favor de los animales.
  • maleñoцитує9 місяців тому
    Puesto que había que ponerle una inyección para acabar con su vida, ¿por qué lo hicimos esperar toda una noche de agonía? Pero ¿pedía él la muerte? No, quería vivir. ¿Qué derecho teníamos a darle muerte cuando él pensaba que lo único que podíamos darle era más vida? Cuando llegó el veterinario –el que cura para siempre–, le dijo a M.: «Sujétele la frente con las dos manos», y él, confiado, no opuso resistencia alguna.
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