Las herencias de la Conquista son ejemplo de ello. Se toca el son jarocho, pero se obvian sus raíces entre los esclavos llevados desde África a Veracruz. Se conservan y restauran los retablos barrocos del Bajío, pero se ocultan los elementos tan violentos que tuvo la evangelización del país. En las ex haciendas de Yucatán convertidas en hoteles de lujo se venden como souvenirs productos de henequén, pero se oculta la explotación de los mayas en esos mismos terrenos y la maldición que supuso ese pariente del agave.
Buscando corregir este presentismo, o al menos yuxtaponiéndose a él, la presidencia de Andrés Manuel López Obrador ha emprendido un esfuerzo por reconocer la importancia del pasado y de la historia y, además, por incorporar a los pueblos indígenas al relato nacional. La decisión de López Obrador de pedir disculpas a nombre del Estado mexicano por las guerras contra los pueblos yaqui y maya y su exigencia al Estado español de que se pidan disculpas por la Conquista van en ese sentido, aunque no alcancen del todo su cometido explícito.