Diane Pool Heller

trauma es el resultado de vivir una experiencia sobre la que no tienes mucho control;

Por ende, el trauma es una forma de terror agudo, pérdida de control y profunda indefensión.

Cuando sufrimos un trauma o acumulamos muchas heridas relacionales, podemos sentirnos totalmente desconectados,

no tenemos la capacidad de sanar en soledad. Necesitamos a otras personas.

En esencia, somos seres sociales que se regulan mediante la conexión con otros.

El tipo de entorno de regulación que experimentamos a una edad temprana influye en la forma en que vemos el mundo e interactuamos con los demás a lo largo de toda nuestra vida.

Nunca podemos estar completamente seguros, pero podemos avanzar hacia la seguridad relativa. Nuestras necesidades nunca estarán totalmente satisfechas, y nunca seremos (ni tendremos) padres perfectos.

El distanciamiento es una de las formas más eficaces de socavar una relación e incluso una civilización. También existe una relación alegórica entre el tormento de una civilización y el tormento propio: el terror aniquila la conexión con nosotros mismos, con el ser encarnado, con nuestra parte verdadera y eterna. Nos encontramos aislados y a la deriva.

El cuerpo genera inmensas olas de energía de supervivencia (para correr, saltar, patear, golpear, huir y destruir... o para apegarnos) cuando percibimos una amenaza.

Las mismas movilizaciones de energía que nos salvan la vida al permitirnos defendernos o escapar cuando hay una amenaza se quedan estancadas en el cuerpo cuando nos sentimos desbordados. Esta energía de respuesta a la amenaza se queda atrapada en un bucle de retroalimentación: una conversación sin sentido, destructiva y circular entre el cerebro y el resto del cuerpo