Michelle Roche Rodríguez

  • Laura Segoviaцитує10 місяців тому
    Una tarde, después de rezar el rosario, mi madre emergió de la penumbra gris de su cuarto enfundada en un vestido negro nuevo, como si fuéramos a recibir una visita. Era el momento de sentarnos en la ventana, me informó. La costumbre dictaba que, como a las muñecas en los comercios, a las mujeres en edad casadera las pusieran en exposición hasta que un hombre quisiera llevárselas o, según el eufemismo de la época, «pretenderlas». Hasta ese día yo nunca había «ventaneado», e ignoraba por qué alguien podría regocijarse de perder el tiempo en semejante ocupación –o, más bien, «desocupación»–. Una vez Sara me habló de eso como de un acontecimiento en la vida de una mujer, pero la práctica me parecía tan anticuada como ridícula. ¡Qué terrible sino el de las condenadas a mirar cómo pasa la vida de los demás, sentadas en actitud secundaria de humildes espectadoras!
  • Las hojas de la nocheцитує6 днів тому
    Corría el año 1921
  • Las hojas de la nocheцитує5 днів тому
    los catorce años, fuera del pelo rojo cortado a lo garçon, nada en mi aspecto resultaba llamativo.
  • Laura Segoviaцитуєторік
    La gente sospechaba de las lectoras, mortificándolas con el fantasma del bovarismo. Mi madre, las monjas y las maestras que me criaron afirmaban que, como la heroína de Gustave Flaubert, la afición excesiva por los libros podía llevarme a la insatisfacción afectiva. Quizá tenían razón y la fuente de todos mis problemas era mi voracidad, incluso, de conocimiento. En cada confesión, el padre Ramiro contaba cómo la realidad frustraba las ilusiones formadas por las fantasías impresas. Que una era la voluntad de Dios y las otras estaban fraguadas por el demonio. Gustosa hubiera hecho un pacto con Satanás solo por no escuchar más nunca algún comentario sobre la nocividad de las lecturas en la mente de las mujeres. Nadie se atrevía a decirles tonterías semejantes a los hombres.
  • Laura Segoviaцитує10 місяців тому
    El paquete envuelto en una tela brillante era para mí. Casi no podía disimular mi excitación cuando Teresa me lo entregó. Cuando lo desenvolví me encontré con que era un libro: una preciosa edición bilingüe de El paraíso perdido, del poeta inglés John Milton. Miré a papá sonriendo: hacía años que buscaba ese libro. Me alegré de que él hiciera caso omiso de las opiniones de mi madre contra Modesto; una persona que regala libros no puede ser nunca un inconveniente.
  • Laura Segoviaцитує10 місяців тому
    ¡El ventaneo era un escándalo, por Dios! Era un insulto para las mujeres y una muestra de nuestro atraso social. El pensamiento modernizador de la época preconizaba que malgastar el tiempo era dilapidar el dinero, pero no aclaraba el límite del alcance de tal afirmación: se trataba del tiempo masculino. A las mujeres nos era exigido perder horas esperando por la mirada furtiva de uno de ellos para dar el gran paso fuera de la indeseable soltería. Así las relaciones de poder mantenían a las mujeres subordinadas a los hombres.
    ¿Qué diferencia tenía esto con la venta de mi sexo?, ¿no se trataba el ventaneo de «buscar» o «atraer» a los hombres? ¿Y la palabra «buscona» no es el eufemismo para prostituta?
  • Laura Segoviaцитує10 місяців тому
    . El claustro era el lugar donde las familias acomodadas iban a esconder sus malaventuras. Eran los cofres donde se encerraban las desgracias: las madres solteras, las doñas enloquecidas, las viudas lascivas, las doncellas turulatas. Era la habitación de cohortes de mujeres malas de fábrica.
  • Paola F.цитуєминулого місяця
    En el país vivíamos al borde del hallazgo definitivo de una enorme mina de oro negro escondida en las entrañas de la tierra, esperando la irrupción de la modernidad, pero detenidos en los tiempos de la Colonia por la mano enguantada del general Juan Vicente Gómez.
  • Paola F.цитуєминулого місяця
    El petróleo siempre me pareció una fuente sospechosa de energía.
  • Paola F.цитуєминулого місяця
    Era petróleo. El estiércol del diablo
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