Álvaro D. Campos

El bebé «decide» nacer al mundo cuando ya se ha convertido en un pequeño dios, en el Señor de su respiración.

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El bebé «decide» nacer al mundo cuando ya se ha convertido en un pequeño dios, en el Señor de su respiración

El amor es un fenómeno de la atención, dice Ortega en los estudios sobre Stendhal. Noto que los hombres que remontan los peldaños del Metro de forma ligera y atlética –de dos en dos–, en vez de subir por la escalera mecánica, atraen las miradas. ¿Cuántos amores nacieron por alguien que dobló una esquina de forma innovadora o empinó la copa de forma distinta?

Las madres de hoy desean fervorosamente que sus hijos entren a la universidad, principalmente para que no tengan que barrer. Habría que preguntar a los estudiantes universitarios, a los poetas, a los filósofos, si desean limpiar las calles por la mañana y de allí sacar la inspiración necesaria para su jornada intelectual.

La ese al final de los verbos me altera en la conversación, aunque no en los textos. Bertoni escribe terminando los verbos en i; ahí comienza el encanto de su poesía. Hay gente que es anfibia; habla con formalidad en la pega y treinta minutos más tarde, en el bar, termina los verbos con i. Los feriantes, los vagabundos, los cesantes, los ermitaños, no tienen ninguna instancia formal en la vida, y jamás cambian las hermosas terminaciones de sus verbos. Todo esto es bien chileno. A mí me preocupa cada vez que oigo a un niño de tres años pronunciando demasiado «bien», a pesar de que aún no tienen ningún jefe.

La cultura de la venta con sonrisa es un invento occidental. Szymborska rescata una anécdota contada en el libro de Sandi Mann. Cuando abrieron el primer McDonald’s en Moscú, los clientes se quedaban mirando al sonriente personal occidentalizado que allí trabajaba

Mi teléfono vibra. Es la aplicación de lactancia que bajé avisándome que ya es hora de alimentar a mi bebé. Pero yo no estoy en casa: pasé al bar a la rápida, a tomar la primera cerveza en más de un mes. Probablemente no lo haga en un mes más, pero no hay una aplicación que me advierta del peligro de esa sequía.

La miseria no deja ahorrar, y la miseria unida al buen gusto, menos

«Los hombres quieren que les escuchen. Es lo que les gusta más. Les gusta más que el dinero, que las mujeres, que comer y beber bien. Un hombre escuchado se convierte en un presuntuoso absolutamente feliz. Ahora bien: cuando los hombres se saben escuchados, se vuelven

Los hombres no saben amar, no son capaces de dejar que todo se reduzca a una sensación particular, una que potencia las incomprensiones, el mutismo, el fracaso, la frustración de un cometa no avistado. Stendhal canta sus teorías (las mujeres se interesan por la canción, luego le abandonan), pero tener una teoría es garantía de no participar en aquello sobre lo cual se teoriza