Sergi Pàmies

–En Alemania y Bélgica, la filología engloba todas las ciencias del lenguaje y requiere de un profundo conocimiento del latín y del griego antiguo.

Para el común de los mortales, la música constituye una pasión adolescente. Siguen leyendo, siguen viajando, siguen iniciándose en cocinas exóticas y conociendo gente. Pero invítalos a escuchar una melodía nueva y tropezaréis con: «Yo, ¿sabes?, me quedé en los Beatles», a los que, por cierto, ya nunca escuchan.

Sin saberlo, llevaba cerca de dieciocho años acumulando palabras de amor que solo pedían poder desparramarse. Ya le había dicho palabras así a su hermana. Sin embargo, escribirlas era otra historia. Se trataba de otra función del lenguaje. Era como cantar después de haber hablado durante mucho tiempo. El canto provenía de una voz distinta, que implicaba al alma.

Una noche, escuché una voz interior que me decía: «Recuerda la lección de Kumotori Yama. Cuando Yamamba te tenía prisionera, encontraste la solución: la huida. ¿No consigues salvarte a través de la palabra? Sálvate por piernas.»

«Viejo hermano, te quiero. No te traiciono al marcharme. Huir también puede ser un acto de amor. Para amar, necesito ser libre. Me marcho para preservar la belleza de

–Quiero darte el abrazo fraterno del samurái.

Alguien desea mostrarnos algo: eso es lo único que importa.

Llevar a alguien a mi casa siempre ha constituido una prueba terrible para mí. Por definición, y por motivos que no alcanzo a comprender, mi casa no es un lugar frecuentable.

Desde que me independicé, un lugar habitado por mí se parece, de entrada, a un trastero ocupado por refugiados políticos dispuestos a salir por piernas a la mínima redada policial.

Le quería mucho. Y eso no puedes decírselo a tu novio. Lástima. Por mi parte, quererlo mucho significaba mucho.