cuando sientas que estás apunto de perder el control y que inevitablemente comenzarás a gritar, te pido que por un minuto pares y mires para abajo. Detente a observar la pequeñez de tu hijo, lo indefenso que se ve desde arriba, observa sus cachetes aún redondos por la grasita de bebé, sus pequeñas manitas, esos ojos gigantes que derraman lágrimas reales. Toda la rabia que sientes comenzará a disiparse porque podrás proyectarte en él, porque tu corazón te dirá lo que tu cerebro primitivo te niega: es una criatura que está desbordada, que está genuinamente sufriendo y que no tiene ni la más remota idea de cómo controlarse; no te olvides de respirar lento y profundo.