Este proceso también ha acelerado todas las facetas del cambio social. Ha roto el limitado (y limitante) horizonte social y económico tradicional de la gente, facilitando, por una parte, el acceso a miles de millones de personas a través de las redes sociales y, por otra, la deslocalización y subcontratación a menudo contraproducente de actividades industriales (debido al coste de transporte inherentemente más alto y la pérdida frecuente de calidad). Ha mejorado la salud y prolongado la vida en casi todo el mundo (cambio cuya contrapartida es el envejecimiento de la población). Ha difundido tanto la alfabetización básica como la educación superior (aunque la democratización de los títulos universitarios ha reducido su valor) y ha permitido acumular un mínimo de riqueza a un porcentaje cada vez mayor de la población mundial. Asimismo, ha facilitado la expansión de la democracia y los derechos humanos (aunque desde luego no ha logrado que el mundo sea verdaderamente más democrático).