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Mercedes Fernández Cuesta

  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    No razoné que había llegado el momento en que necesitaba una casa propia, un lugar donde crear mi nido: el hambre de la mujer. Solo sabía que tenía que rescatar los viejos muebles belgas de aquel sótano
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Todo en nosotros empuja hacia la decisión, aunque se trate de una decisión equivocada, solo por librarse de la ansiedad que precede a todo gran paso que se da en la vida. No me equivoqué al presentir que, de darlo, aquel paso supondría para mí un cambio tan radical como el del matrimonio. ¡Ninguna mujer en los cuarenta puede permitirse el lujo de casarse con la persona equivocada, ni tener la casa equivocada y en el lugar equivocado! Así que lloré, pataleé y esperé a que la propia vida me ofreciera una señal. Desde el fracaso de dedicarme al teatro veinte años antes y la decisión de convertirme en escritora no había tenido que sufrir un cambio tan terrible como aquel. Me acobardé
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Katherine Davis, he traído todo lo que soy y lo que traje de allí, es esa combinación entre mi pasado y esa vieja casa americana lo que me da la calidad de mi vida aquí. Es una combinación extraña, que no existe en ningún otro lugar de la tierra... y esa ha sido precisamente la aventura»
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Pero luego escuché: una oropéndola en lo alto de uno de los arces, cantándole a su hijo una canción.

    No había escuchado una oropéndola desde que era una niña; en mi alterado estado, aquellas notas sonaron con extraordinaria resonancia. En realidad, me parecieron una señal. Y, además, entrelazada con la canción, oí el silencio. Cada vez que regreso allí sucede el mismo milagro. Traigo el mundo conmigo, pero en determinado momento el mundo se desmorona y entro en el silencio que restablece la vida
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    rroyo aquel día (no estaba a la vista). Mi práctico amigo tenía serias dudas. Me convenció de que había que pedir presupuesto a fontaneros, carpinteros y deshollinadores sobre lo que podría costar dejar habitable aquel cascarón y la señora Rundlett se comprometió a hacerlo y a comunicármelo en una semana.
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Fue una semana dolorosa, entre la duda y la esperanza. Conocía bien aquella tensión. Es lo mismo que antes de empezar a escribir un libro o un poema. Es la tensión de estar al borde de un compromiso grande y no estar muy segura de si vas a ser capaz de llevarlo a cabo: el momento en que lo imposible y lo posible están en perfecto equilibrio y el peso de una pluma puede inclinar la balanza a uno u otro lado
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Al final, sabía que iba a tener que confiar en mi instinto y no en las estimaciones. ¿Podría ser feliz en aquella casa? ¿Acudiría la poesía? ¿Cómo podía saberlo? No podía. Por lo que volví a lo estructural: tenía un marco sólido y hermoso para crear algo digno de ello, si se daban las posibilidades. Así que volví al momento del silencio, a la oropéndola. Todo allí había sido cuestión de creer en intangibles, de estar atenta a las señales, a las presencias invisibles. Al final la oropéndola inclinó la balanza.

    El 7 de junio de 1958 firmé las escrituras y me convertí en dueña de una casa en ruinas, un granero y treinta y seis acres en un remoto pueblo de Nuevo Hampshire, un pueblo del que no sabía absolutamente nada
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    El hecho era, por supuesto, que un escritor se siente mucho más cercano a un artesano, un granjero, un carpintero, a cualquiera que trabaje con las manos, que a un oficinista o a un contable. Existe una verdadera afinidad entre las personas que hacen algo; lo aprendí años atrás cuando sentí la misma íntima comunión con los viñadores de la Turena
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Mi gran pesar creció y se desvaneció como tantas veces había visto hacer a la niebla sobre mis campos por la mañana temprano
  • Pato Pereyraцитуєминулого місяця
    Todos aquellos sonidos juntos hicieron que la casa pareciera un barco. No sabía adónde me llevaría aquel barco, pero sabía que era cómodo y hermoso y supe que su pasajera estaba atada a él tanto por dentro como por fuera
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