También me habló otro día, para calmarme el llanto, de cuando descubrió que tenía poderes. Al volver de la escuela, el mismísimo tío Alfonso, que era en realidad su abuelo, había querido contarle la historia del baldío y la poza y la calle, pero ella tenía hambre o sueño y le respondió lo que nunca se debe responder a los que cuentan, pero que ella respondía a menudo: Que esa ya me la sé, que me la has contado mil veces.