«Ellena, has tenido tiempo de comprobar hasta dónde te quiero y no creo que puedas dudar de mi amor; hace mucho me prometiste… me prometiste solemnemente, en presencia de la que ya no está entre nosotros, pero cuya alma estará mirándonos incluso en este instante… de la que te confió a mis más tiernos cuidados, que serías mía para siempre. ¡Por estas sagradas verdades, por este recuerdo indeleble, te suplico que no me abandones a la desesperación ni, llevada por la fuerza de una justa indignación, sacrifiques al hijo por la política equivocada y cruel de la madre! Ni tú ni yo somos capaces de imaginar los infundios que pueden propalar sobre nosotros en cuanto se sepa que has abandonado Santo Stefano. Si dilatamos la santificación de nuestro matrimonio, sé, presiento… ¡que te perderé para siempre!»