Layla Martinez

Nos casamos de noche y sin invitados. No hubo convite, no había nada que celebrar en esa deshonra. Mi madre me cosió el vestido, negro por el luto y ancho por la vergüenza

En la obra de Atwood rara vez un personaje femenino queda reducido a un estado de victimismo y pasividad sino que, incluso en las situaciones adversas, disponen de agencia y una buena dosis de ingenio.

Rencor sí siento un poco pero es porque se me ha pegado de mi abuela y porque me da rabia que a una adolescente se la lleven así sin ropa sin dinero sin querer ella irse y todo lo que se sepa es que se subió a un coche y nadie volvió a verla.

Nosotras en cambio sí teníamos mucha rabia. Nos corría por la sangre como una fiebre

Las mujeres de esta familia enviudamos rápido. Los hombres se nos consumen como los cirios de las iglesias, al poco tiempo de casarnos todo lo que queda de ellos es un cerco en la sábana que no se quita aunque te dejes las manos restregando

También había aprendido que ni el dinero te libra de los hombres como ese que da igual que tu familia tenga empresas y rentas y tierras y pisos porque los hombres de mierda te caen encima igual.

En esta casa no se hereda dinero ni anillos de oro ni sábanas bordadas con las iniciales, aquí lo que nos dejan los muertos son las camas y el resentimiento. La mala sangre y un sitio para echarte a la noche, eso es lo único que puedes heredar en esta casa.

Dejé la mochila sobre mi cama, la pequeña. Antes había sido de mi madre y antes de mi abuela. En esta casa no se hereda dinero ni anillos de oro ni sábanas bordadas con las iniciales, aquí lo que nos dejan los muertos son las camas y el resentimiento.

Quizá la vieja había visto ya tanto podrido a lo largo de su vida que ni su misma hija venida de entre las sombras la sorprendía.

Desgraciada te mataba si no estuvieses ya muerta, decía la vieja, pero no servía de mucho porque con qué vas a amenazar a una sombra que ha venido arrastrándose hasta aquí desde vete a saber qué infierno.