Abel Muñoz Rovira

Mirando al sol, la muchacha

parpadea con los ojos llenos de lágrimas.

Mirando las nubes, reconoce

la difícil caligrafía de las despedidas.

Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo:

es tan grande que cabe en el cuenco de unas manos,

Alguien inmerso en la angustia de todos los años

piensa, dice:

cada vez es más corto el día

Quiero —antes de pasar a ser Ayer— echar una ojeada.

Quiero —antes de pasar a ser Mañana— hacerme una idea.

¿con qué vida haremos frente a este momento?

Tan mordido por las balas

que lo humano me es ajeno,

Miro cómo se van posando en estas manos mías

el ancho mundo, los días futuros, la alegría.

Fuera está el mundo entero:

la lejanía repleta de bosque,

las colinas abrevadas en sus fuentes

y la muerte en la plenitud del aire.

Esa palabra debe ser como un volcán,

¡golpear, arrasar, arrancar de sopetón,

como la terrible cólera de Dios,

como el odio en ebullición!

Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo:

es tan grande que cabe en el cuenco de unas manos,

tan complejo que es posible describirlo con una sonrisa,

tan extraño como el eco de viejas verdades en una oración