Paulitah Cantoo

  • zafiroboliviaцитуєторік
    Gansey era un rey.
    Y aquel era el año en el que iba a morir.
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    Para extraer un objeto soñado y llevarlo a la realidad, debía conocer su tacto y su olor, la forma en que se doblaba y se estiraba, la manera en que se comportaba ante la gravedad… Todo aquello, en suma, que convertía el objeto en algo físico y no efímero.
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    Videncia, sensibilidad, magia, magia, magia. No solo era bueno haciéndola, sino que la anhelaba, la deseaba, la amaba de un modo que casi lo abrumaba de gratitud. Hasta entonces no estaba seguro de saber amar de verdad. Gansey y él se habían peleado por esa razón, tiempo atrás; Gansey, disgustado, le había pedido que dejara de calificarlo de privilegio, porque el amor no podía ser un privilegio. Pero Gansey siempre había tenido amor a su alcance, siempre había sido capaz de amar. Cuando Adam descubrió por fin ese sentimiento en su interior, supo aún con mayor certeza que estaba en lo cierto: el amor era un privilegio. Y ahora que gozaba de él, se negaba a renunciar. Quería recordar una y otra vez la sensación que producía amar.
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    Hacer que Ronan Lynch sonriera era una hazaña tan peligrosa como cerrar un trato con Cabeswater. Ninguno de los dos era una fuerza que conviniera tomarse a la ligera.
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    La palabra «real» le resultaba menos útil cada día que pasaba.
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    —¿Cuáles son las reglas de esta batalla? —preguntó.
    —En la guerra, la única regla es no morirte —contestó alguien tras él.
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    Sus sentimientos por Adam eran como un vertido de petróleo: había dejado que se derramaran, y ahora no había ni un rincón del océano que no corriera peligro de incendiarse si le acercaba una cerilla.
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    Desde el lugar en el que se encontraba, era evidente que aquella música era el sonido del alma de Ronan. Hambrienta y devota, hablaba en susurros de sitios oscuros, de lugares antiguos, de fuego y de sexo.
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    Adam no necesitaba ver a su padre en la cárcel; lo único que le hacía falta era que alguien ajeno a la situación la examinara y comprobase que, en efecto, lo que su padre había hecho era un delito. Que le confirmasen que él no lo había inventado, no lo había provocado, no lo había merecido. Y los documentos del juicio eran la prueba de aquello.

    Relate

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    —Qué asco —masculló Ronan en una muestra más de inmadurez.

    I love him

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