¡El Día de las Madres! Por supuesto. Mayo de sol radiante, lluvias diluviales, calor. Las niñas elegidas del Colegio Santo Domingo para traerle flores a Mamá Julia, la Excelsa Matrona, progenitora del Benefactor, espejo y símbolo de la madre quisqueyana. Vinieron en una guagua del colegio, en sus uniformes blancos inmaculados, acompañadas de la superiora y de síster Mary. Ardías de curiosidad, orgullo, cariño y respeto. Ibas a entrar en representación del colegio a casa de Mamá Julia. Ibas a recitarle el poema «Madre y maestra, Matrona Excelsa», que habías escrito, aprendido y recitado decenas de veces, ante el espejo, ante tus compañeras, ante Lucinda y Manolita, ante papá, ante las sisters, y que habías repetido en silencio para estar segura de no olvidar una sílaba. Llegado el glorioso instante, en la gran casa rosada de Mamá Julia, aturdida por los militares, señoras, ayudantes, delegaciones que atestaban jardines, cuartos, pasillos, sobrecogida de emoción, ternura, al dar un paso adelante apenas a un metro de la anciana que le sonreía con benevolencia desde su mecedora, con el ramo de rosas que acababa de entregarle la superiora, se le cerró la garganta y su mente quedó en blanco. Te echaste a llorar. Escuchabas risas, palabras animosas, de las señoras y señores que rodeaban a Mami Julia.
La Excelsa Matrona hizo que te acercaras, risueña. Entonces, Uranita se compuso, se secó las lágrimas, se enderezó y, firme y rápida, aunque sin la entonación debida, recitó «Madre y maestra, Matrona Excelsa», de corrido.
La aplaudieron. Mamá Julia le acarició los cabellos y su boquita fruncida en mil arrugas la besó