la llamó primero «roja» y después «puta» y después «puta roja», y masculló obscenidades, mientras sus ojos miraban hacia atrás, hacia otro tiempo de vergüenza y de furia. Y según aseguró la mujer más tarde a todo aquel que quiso escucharla, no había remordimiento en sus palabras, sino un oscuro odio enconado que ya no se podía transformar en acciones, pero no por falta de ganas, sino a causa de la vejez, igual que aquel viejo tenía que levantarse cada día no por falta de sueño, sino a causa de las sábanas ardientes, o que dejaba de beber no por falta de sed, sino de bebida. Y la mujer sintió una mezcla de compasión y de asco