Pensaba en la sangre, su tibieza, su aparente abundancia cuando se derramaba y cómo sin embargo, cuando la vida se iba junto con ella, se revelaba escasa. Imaginaba torrentes de sangre en los que hundir las manos, sangre que fluyera, que bajara por las paredes como ese paño de terciopelo, que me inundara. Podía recordar mis manos bañadas en sangre si cerraba los ojos, o vislumbrar esa boca manchada de rojo que nunca había visto, las fauces de un animal de caza. Esa voluptuosidad perdida…