—Yo —respondo—, yo te necesito. —Él parece enfadado y respira hondo, como si fuese a empezar un largo discurso, y eso no está bien, no está nada bien, porque empezará a hablar sobre Prim, mi madre y todo lo demás, y me confundirá. Así que, antes de que pueda hablar, lo silencio con un beso.
Vuelvo a sentir lo mismo, lo que solo había sentido en una ocasión, en la cueva, el año pasado, cuando intentaba que Haymitch nos enviase comida. He besado a Peeta unas mil veces, tanto en los Juegos como después, pero solo hubo un beso que despertase un cosquilleo en mi interior, solo un beso que me hiciera desear más. Sin embargo, la herida de la cabeza empezó a sangrar y él me obligó a tumbarme.
Esta vez no hay nada que nos interrumpa, salvo nosotros mismos. Y, después de unos cuantos intentos, Peeta se rinde y deja de hablar. La sensación de mi interior se hace más cálida, surge de mi pecho y se extiende por todo el cuerpo, por brazos y piernas hasta llegar a las puntas de los dedos. En vez de satisfacerme, los besos tienen un efecto contrario, aumentan la necesidad. Creía que era una experta en hambre, pero se trata de hambre completamente distinto