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Luisa Valenzuela

Novela negra con argentinos

  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    —Podés contar conmigo, no sé cómo pero voy a tratar de ayudarte a averiguarlo. Contame cómo fue.

    —Estoy agotado. Dejame dormir un poco más. Después te cuento todo. Dejame ponerme en orden.

    —No me tenés que contar nada, ahora, pero decime al menos qué hiciste con el revólver.

    —No sé, no sé. Me duele tanto la cabeza, como si me hubieran pegado el tiro a mí. Todo debe de estar manchado de sangre
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    recordar las cosas insensatas que dice Roberta, su absurda teoría de escribir con el cuerpo. Lo que uno escribe con el cuerpo, ¿querrá borrarlo con el cuerpo del otro, asesinado
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    la noticia invadiría los diarios, y él nunca más podría tocar ese áspero papel con olor a tinta, a suceso irremediable.
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    Límites y abismos, cualquier cosa. Un tiempo atrás Roberta había estado hablando de eso con Agustín pero eran otros límites, no los del dolor físico sino la aterradora, infranqueable posibilidad del conocimiento mutuo. (Siento que hay una pared que quiero empujar cuando estamos juntos. Llevás en vos una pared tremendamente empujable y es tu mayor atractivo. Quiero verte del otro lado de esa pared aunque nos duela.) El dolor físico en cambio le resulta tan banal a Roberta, tan falto de imaginación aunque la boca quiera demostrarle lo contrario
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    Roberta escucha desprendida de sí, desapegada. Roberta convertida en oreja. Y Ava Taurel, hecha boca, prosigue
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    Sabe que de la culpa no se podrá escapar aunque logre escaparse de la justicia
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    Y él se había cuidado bien de no ser agredido; nunca había pensado en cuidarse de ser agresor.
  • Alejandra Espinoцитує2 роки тому
    El hombre —unos 35 años, barba oscura— sale de un departamento, cierra con toda suavidad la puerta y se asegura de que no pueda ser abierta desde fuera. La puerta es de roble con triple cerradura, el picaporte no cede. Sobre la mirilla de bronce puede leerse 10 H.

    La acción transcurre un sábado de madrugada en el Upper West Side, New York, NY.

    No hay espectadores a la vista.

    El hombre, Agustín Palant, es argentino, escritor, y acaba de matar a una mujer. En la llamada realidad, no en el escurridizo y ambiguo terreno de la ficción
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