«Estallido social», fue como lo llamaron los medios, porque esa era la única cosa que sabíamos con certeza: había sido una explosión, un apocalipsis, un gigantesco surgimiento de una vitalidad primordial, lovecraftiana, nutrida por ese extraño reflujo a través del cual las energías reprimidas se cuelan en el presente, trayendo de vuelta todas las cosas que hemos decidido esconder, olvidar o negar.