El arte de tener siempre razón

aun cuando el argumento del adversario parece exacto y concluyente, no hay que dejar de atacarlo,

Apagogé: admitimos la verdad de la proposición del adversario; después demostramos lo que se deduce de ésta, cuando, combinándola con cualquier otra proposición aceptada como verdadera, la utilizamos como premisa de una conclusión cuya falsedad es notoria,

podía existir otra que fuera verdadera y que apoyara nuestra tesis;

pro ara et focis [por su altar y su hogar],

per fas et nefas [ya sea que se tenga razón o se esté equivocado];

En resumen, son pocos los que pueden pensar, pero todos quieren tener opiniones, entonces, ¿por qué no tomarlas ya cocinadas de otro en vez de formarse las propias?

con cuanta liviandad proclamamos una ley que luego se vuelve en nuestra contra

no lanzarnos en una controversia con el primero que se nos cruce, sino sólo con aquellos que conocemos y de quienes sabemos que tienen suficiente razón para no sacar a la luz disparates que los dejen en ridículo, para discutir con buenas razones y no a golpes de fanfarronadas

Toda luz puede extinguirse; ahora bien, la inteligencia es una luz; por lo tanto, la inteligencia puede extinguirse.

Cuando el adversario se irrita de pronto ante un argumento, hay que insistir en él llevándolo aún más lejos: no sólo porque es conveniente que el contrincante se enfade, sino también porque es de suponer que hemos dado con el punto débil de su razonamiento, y seguramente podemos asediarlo en este punto que no habíamos advertido a simple vista.