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Chrétien de Troyes

El caballero de la carreta

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  • Vacíoцитує3 роки тому
    muy hermosa y distinguida, muy graciosa y bien vestida.
  • Vacíoцитує3 роки тому
    Por aquel entonces las carretas servían como los cadalsos de ahora; y en cualquier buena villa, donde ahora se hallan más de tres mil no había más que una en aquel tiempo. Y aquélla era de común uso, como ahora el cadalso, para los asesinos y traidores, para los condenados en justicia, y para los ladrones que se apoderaron del haber ajeno con engaños o lo arrebataron por la fuerza en un camino. El que era cogido en delito era puesto sobre la carreta y llevado por todas las calles. De tal modo quedaba con el honor perdido, y ya no era más escuchado en cortes, ni honrado ni saludado. Por dicha razón, tales y tan crueles eran las carretas en aquel tiempo, que vino a decirse por vez primera lo de: «Cuando veas una carreta y te salga al paso, santíguate y acuérdate de Dios, para que no te ocurra un mal».
  • Vacíoцитує3 роки тому
    «Pero ve adonde quieras, que por doquier vayas, allí iré yo».
  • Vacíoцитує3 роки тому
    Alonso Quijano era, en cierto modo, la caricatura patológica de un tipo de lector, vuelto ya ridículo por lo extremado, viejo y arruinado, que había existido tiempo atrás.
  • Vacíoцитує3 роки тому
    esa clase nobiliaria, refinada y cortés, que buscó una propaganda de ideales imposibles y un romanticismo enaltecedor de las damas, víctimas de una opresión secular.
  • Vacíoцитує3 роки тому
    Conviene no olvidar, al tratar del fenómeno de la novela como género, a uno de los personajes enmarañados en él, por más que quede anónimo siempre. Me refiero al lector. Porque el lector de novelas está en una relación con éstas muy diferente de la que el público guarda frente a otras formas de literatura; una relación siempre privada y personal. La trama novelesca le invita a una evasión efímera, seduciéndole para una identificación fantástica en un ámbito más interesante que la realidad cotidiana. Y de ahí emana el íntimo riesgo: ilusionarse hasta confundir el mundo de su espejo mágico con el de la realidad, lo que les pasó a Alonso Quijano y a Emma Bovary.
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