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José Revueltas

Los días terrenales

  • Adal Cortezцитуєминулого місяця
    Ahora comprendía que el Minotauro no era el cubo, sino aquel objeto, aquel dios. Que el cubo era inocente, que el cubo no era sino un esclavo también. Era preciso, entonces, aplacar al dios, reverenciarlo, tenerlo complacido, inventar una religión y un culto para rendirle pleitesía. Porque el Minotauro era también el refugio y la salvación, el consuelo y la esperanza.
  • Adal Cortezцитуєминулого місяця
    Ramos sonrió con un placentero egoísmo al percibir lo que le ocurría en esos momentos, pues advirtió que estas ideas sobre su mujer estaban dirigidas, gracias a una sospechosa recurrencia de incitaciones, no a ella sino a Luisa. A Luisa, su amante, ese otro extremo de la ecuación en que se expresaba su equilibrio sentimental.
    Porque él era sincero al decirse que amaba a su esposa, de la que le hubiese sido muy doloroso y difícil prescindir; pero también era sincero al pensar que las intemperancias, los rencores domésticos y los odios subterráneos de Virginia sólo se podían compensar con ese tranquilo, voluptuoso transcurso de coincidentes deseos, adivinaciones y realizaciones, que era el trato con su amante, quien, a contrario sensu, de convertirse en su esposa sería tan inevitablemente incompleta como Virginia y entonces necesitaría de ésta —convertida a su vez en amante— para perdurar dentro de su corazón.
  • Adal Cortezцитуєминулого місяця
    Defectos los de Virginia, pues, innatos y forzosos, y sobre los cuales, por ello, no había que hacer hincapié excesivo, ni tampoco al modo de los candidos e inocentes románticos que parecen andar tan sólo en busca de una coyuntura para el suicidio, darles una desmesurada proporción. Defectos de esa, a veces cansada, travesía marítima que es el matrimonio.
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