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Los guapos, por razones obvias, no deberían ser inseguros. Debería, de hecho, estar prohibido. Es casi insultante que ellos y ellas, esos resplandecientes seres magnéticos que dejan sin aliento, puedan tener miedo al fracaso, a la soledad o al rechazo. Su situación de partida en la vida es mucho más ventajosa, a qué negarlo, que la del resto. A su lado o, mejor dicho, por debajo, están los feos, bajitos, flacuchos, gorderas e insignificantes, los que tienen pelo de rata, narices deformes, andares de pato y dientes torcidos. La belleza, tan relacionada con la simetría, es mucho más uniforme que la fealdad. Los guapos se parecen sospechosamente entre ellos, mientras que el catálogo de feos es infinito. Con sus múltiples caras, la fealdad da más juego. Y, a qué negarlo, más miedo