¿Qué impulsa a una persona a preguntar a otra? Quizá un deseo vago e indefinido de lograr o, mejor dicho, poner al alcance de la mano una porción de realidad o bien sorprendente o bien infinitamente interesante. Pero ¿tiene sentido el mismo preguntar? Nótese que la vida es más pregunta que respuesta. Y, a la vez, la persona es menos respuesta que pregunta. En todo caso, la pregunta expresa el rubor, la vergüenza de quien sabe, intuye, barrunta que la realidad no está ahí para ser controlada, desvelada en su condición de posibilidad última. Ojalá todos cultiváramos el deseo de acoger más nuestras preguntas que nuestras respuestas. Bajo este espíritu ha sido redactada— y así ha de ser leída— esta obra desmigajada, desorientada, descuartizada por todas aquellas preguntas breves y respuestas concisas que en el fondo, en y desde su osadía inexplicable, han tratado de dar cuenta de aquello que no puede ni debe ser expresado: el ejercicio del saber en todas aquellas personas en las que de un modo u otro han transitado aquellos deseos y preocupaciones vitales que a todos nos conciernen, nos han concernido y nos concernerán, y cuyo resumen más sumario y no exento de manipulación infinita es aquel ideal tan vacuo y engañoso, a la vez que santo, de la excelencia. La entrevista ha sido el género adoptado por el autor para hacer comparecer la torpeza y, a la vez, necesidad de la pregunta para adentrarse en el misterio de la persona que solo se capta en los escorzos de sus diversos contextos. Un pequeño y humilde blog de nombre “Inspiratio” ha sido la plataforma, la excusa o el pretexto para un diálogo incesante entre personas, con las personas y para las personas.