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Jorge Gutiérrez Reyna

El otro nombre de los árboles

  • Rafael Ramosцитує6 днів тому
    Cuando me acerco al barandal que nos separa

    de los felinos, escucho tu advertencia:

    “ten cuidado, no te vayas a caer”.

    Aprieto los párpados, suspiro y obedezco:

    no has notado

    que los leones dorados de un cumpleaños remoto

    se han puesto viejos y cenizos.

    No te interesa saber

    de aves ni dinosaurios pero prestas

    atención cuando te digo

    que a cierta edad los cachorros del león,

    por muy débiles que sean,

    abandonan la manada y, solitarios, se abren paso

    por la hierba crecida de las llanuras.
  • Rafael Ramosцитує6 днів тому
    Tienes ahora muchos años

    más de los que tu padre tenía

    al momento de su muerte.

    Frente a esa foto suya,

    donde siempre tiene veintitantos,

    eres el padre de tu padre pero en la memoria

    tú sigues viéndolo hacia arriba.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    Papá me puso entre las manos

    un viejo tanque de guerra pero yo preferí

    jugar con el globo terráqueo que la abuela

    había comprado en los Estados Unidos.

    En las noches consteladas de mi cuarto

    soltaba ese globo y el globo ascendía

    a tomar su lugar entre los engranajes

    de la relojería del universo.

    Las rojas tormentas del óxido

    aún entierran persistentes ese tanque,

    abandonado en alguna repisa de aquel cuarto.

    Debajo de dos o tres capas de pintura,

    hoy apenas brillan las estrellas.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    Los leones, pensaba, debían ver

    así de claras las estrellas

    en las noches azules del Serengueti.

    Papá salía de mi habitación

    y confiaba el transcurso de mi sueño

    a la custodia de aquel zoológico estelar.

    Nunca lo he visto dormir:

    quizá descanse con los ojos abiertos,

    como creían los antiguos que lo hacía

    el rey de las planicies africanas.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    Para alumbrar el terror infantil a la penumbra,

    papá consteló el techo de mi cuarto

    con unos astros fluorescentes y adheribles

    que orbitaban alrededor

    del sol eléctrico del foco.

    Me opuse a que el azar

    rigiera aquel cosmos diminuto y papá,

    libro de astronomía en la mano,

    dispuso los doce signos del zodiaco.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    No me reconozco en las sílabas de mi nombre:

    tengo miedo de no estar a la altura

    de los grandes reyes del pasado

    que miran las mismas estrellas que ahora miro

    desde la estepa oscurecida de los muertos.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    Papá no tuvo un papá que lo llevara

    al zoológico el día de su cumpleaños.

    Mi abuelo —dos metros diez agachados

    para cruzar los umbrales, poeta aficionado;

    su nombre es mi nombre

    y también el de mi padre—

    enviaba postales desde el extranjero

    que su hijo mayor atesoraba

    en una caja de cartón.

    Al reverso de alguna en la que Armstrong

    esparcía con sus suelas

    de kevlar el polvo del páramo lunar,

    el ausente escribió: “mira las estrellas,

    son las mismas que ahora

    yo a lo lejos estoy mirando”.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    El árbol para ti estará plantado

    en el polvo remoto de la biblioteca,

    florecerá en los párrafos extraños

    de un curioso tratado de mitología.

    Tal vez al hojear un libro viejo

    envidies a ese que una tarde

    escuchó el viento volar entre las hojas e intentó

    sembrar en sus palabras los susurros,

    secretos que jamás escucharás,

    del último árbol que habitó sobre la Tierra.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    Esta mujer que grita en el autobús,

    traje sastre grisáceo y tacones en la mano,

    en otro tiempo fue un pájaro.

    Ha perdido las alas, el pico,

    los tridentes ganchudos de las garras

    y apunta a los pasajeros con el dedo:

    “a ti y a ti y a ti

    también te compran...”; se la mienta

    al chofer que no acelera; se lamenta:

    “¡lo que me han hecho

    durante tantos años...!”, entre lágrimas rabiosas.

    En sus gritos todavía se entremezclan

    los trinados, las palabras, los graznidos.

    Gritan los pájaros, y grita esta mujer

    desde el último asiento del autobús.
  • Rafael Ramosцитує7 днів тому
    Por encima del aullido de las ambulancias,

    la campana que anuncia

    al camión de la basura, el rechinido

    de motores y el silbato del afilador,

    cantan los pájaros.

    Gritan los pájaros. Al igual que nosotros,

    han aprendido que de lunes a viernes

    hacen falta 70 decibelios

    de garganta para ahuyentar

    a otros machos buscapleitos, 70

    decibelios para conseguir

    una cita con la pájara

    del árbol vecino.

    Sólo sábados y domingos, días

    en que el ruido duerme hasta tarde,

    cantan un poco menos,

    por lo bajo,

    para curarse la ronquera.

    Los pájaros de la ciudad

    tienen un horario de oficina.
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