El cielo de la selva

se viene a morir, a la vida me refiero, y a la selva también

La naturaleza de la muerte es una para todos, es un idioma común de las especies.

Un cadáver abrazado a otro cadáver, en el medio del vapor.

Una chamaca hecha de viento, sin sangre en las venas. Una chamaca de papel.

VENDRÁ LA NOCHE Y JUNTO A ELLA EL LATIDO DE LOS grillos. La hacienda se convertirá en un montoncito de nada que la oscuridad se tragará con su boca de monstruo. La abuela es la única que se atreve a caminar por los pasillos cuando el sol se ha escondido. No tiene miedo.

Ifigenia se asomó por un resquicio de la ventana y todos preguntamos por el verdadero color de la selva. Es roja, es roja, es roja, queríamos saber, pero Ifigenia se encogió de hombros como si eso no le importara. No se ve nada raro, dijo al rato.

VENDRÁ LA NOCHE Y JUNTO A ELLA EL LATIDO DE LOS grillos

no sentí nada y, quién sabe, a lo mejor desde entonces no me puedo morir porque ya no me queda corazón: lo perdí esa noche, y la punzada en mi lado izquierdo es ahora solo un malestar fantasma que surge, carajo, donde no hay nada.

Dice Santa que no hay dios aquí, pero ella se equivoca, hay un dios en todas partes, solo que a veces no es bueno y otras veces es sordo, y en ocasiones la selva es tan enorme que los rezos no flotan lo suficientemente arriba ni llegan al cielo.

Mierda sin peste, vacía de sentido, que le limpio con cuidado para que no se le queme el culo al infeliz.