Dos relatos breves, uno prácticamente desconocido hasta ahora, y otro que funda y echa las bases de su producción más madura. Son Cahuín, de 1946, y Porái, del 63. Textos muy distintos obviamente; mientras el primero se escribe y sale a luz en plena adolescencia, el segundo, a 17 años de distancia, se beneficia a todas luces de una experiencia personal y literaria que no le viene nada de mal. Estas páginas están vitalmente vivas, haciéndonos reír aun varias décadas después de su primera edición, y son parte fundamental de la obra de este gran prosista que nos sigue encantando y estremeciendo con las palabras.