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Eduardo Berti

Por qué escuchamos a Aníbal Troilo

Elegante y popular, romántico y atorrante, discreto y emocional. En su múltiple condición de compositor, director de orquesta, bandoneonista y mito porteño, Aníbal Troilo, Pichuco, es acaso aun más que la suma de estas partes. Es el creador sin par de una música adelantada a su tiempo, una música del futuro que se encargó de evocar en tiempo presente el barrio que ya no es el que era, las dolorosas ausencias y otras sinrazones; en fin, el pasado. O, quizá, la propia infancia. En algún sentido heredero de Gardel, gurú de los más grandes cantores, a su manera él fue uno de ellos: su gola era el fueye. Y aunque casi no se fue del barrio, devino universal por el solo hecho de hacer foco en el detalle, por demostrar que, casi siempre y al menos en el tango, menos es más. De estos y otros elementos está compuesto el planeta Pichuco, un mundo apasionante y eterno que Eduardo Berti ayuda a revelar con una paleta de argumentos a la vez sencillos y sólidos que, sin embargo, de ningún modo clausuran el debate. Por qué escuchamos es una colección que busca ahondar en los motivos por los que algunos artistas –de diversos géneros, orígenes y épocas– se vuelven esenciales, indiscutibles, verdaderamente únicos, más allá de los caprichos y vaivenes del mercado musical.
147 паперових сторінок
Правовласник
Gourmet Musical Ediciones
Дата публікації оригіналу
2018
Видавництво
Gourmet Musical Ediciones
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Цитати

  • Rubén Carrillo Ruizцитує2 роки тому
    Maestro Troilo II
    —Maestro —preguntó el alumno—, ¿cómo debo escuchar su música?

    —En silencio, querido alumno. En silencio…

    —Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué ha cambiado usted tan a menudo, en vez de aferrarse al éxito?

    —La prudencia, querido alumno, es una solterona fea y rica cortejada por la incapacidad.

    —Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué cada uno de sus discos refleja su tiempo y, a la vez, parece imperecedero?

    —Sucede, querido alumno, que la eternidad está enamorada de los frutos de cada momento.

    —Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué sus tangos son tristes, pero no caen en la tristeza a veces artificiosa o exagerada de ciertos tangos?

    —Muy simple, querido alumno. He descubierto que el exceso de tristeza es risa y que el exceso de alegría es llanto.

    –Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué ha sido un tanto infiel cuando ha adaptado composiciones ajenas?

    –Con esto de las versiones, querido alumno, ocurre lo que algunos machistas dicen de las mujeres: las muy fieles suelen ser feas, las infieles suelen ser las más hermosas.

    —Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué sus hallazgos, sus innovaciones, sus novedades parecen tan sencillas y accesibles?

    —Yo diría, querido alumno, que todos los alimentos saludables se recogen sin red ni trampas.

    —Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué a los músicos les gusta contemplar el cielo?

    —Porque nos gustan las nubes, querido alumno. Nos gustan y nos hacen pensar en la música: es fascinante que unos pocos elementos arrojen resultados tan variados.
  • Rubén Carrillo Ruizцитує2 роки тому
    “Yo no puedo escribir música por escribir”, le dijo Troilo a María Esther Gilio. “Preciso una letra primero. Una letra que me guste. Entonces la mastico. La aprendo de memoria. Todo el día la tengo en la cabeza. Es como si la fuera envolviendo en la música. Es muy importante para mí lo que dice la letra de una canción”.
  • Rubén Carrillo Ruizцитує2 роки тому
    Retrato japonés de Aníbal Troilo
    Si Troilo fuese un barrio de Buenos Aires, sería el barrio de Abasto, donde nació, o el de Palermo, donde creció.

    Si Troilo fuese un antiguo cine de Buenos Aires, sería el Petit Colón de la avenida Rivera (después llamada Córdoba), en cuyo foso hizo algunas de sus primeras armas.

    Si Troilo fuese un viejo cabaret porteño, sería el Marabú, donde debutó con su orquesta en 1937 (un cartel anunciaba, en letras de tiza: “Todo el mundo al Marabú / la boite de más alto rango / donde Pichuco y su orquesta / harán bailar buenos tangos”), pero también el Tibidabo que inauguró en 1942 y en el que tocó durante una década.

    Si Troilo fuese una emisora de radio, sería la vieja Radio El Mundo, a la que se incorporó en 1939. Formó parte del elenco estable durante una década, también.

    Si Troilo fuese otro género musical, otro género fuera del tango, sería una mezcla de jazz con milonga.

    Si Troilo y su orquesta fuesen un equipo de fútbol, serían La Máquina de River con su admirado Amadeo Carrizo y su querido Adolfo Pedernera.

    Si Troilo fuese un puesto en la cancha de fútbol, sería el de “centrojás”, como le gustaba decir; y, por cierto, en esa posición jugaba cuando era pibe.

    Si Troilo fuese un personaje de Shakespeare, no estaría mal que fuese el Troilo shakespereano con “su nariz roja de alcohol”, como lo pinta Crésida.

    Si Troilo fuese un día de la semana, no sería jamás el lunes.

    Si Troilo fuese una canción de los Beatles sería Aquí, allá y en todas partes.

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