embargo, el auténtico problema no son las vidas que lamentamos no vivir. El problema es ese lamento. El arrepentimiento en sí. Es el arrepentimiento lo que nos entristece y nos marchita, lo que nos hace sentirnos nuestro peor enemigo y el peor enemigo también de los demás.
Es imposible saber si esas otras versiones de nosotras mismas habrían sido mejores o peores. Esas vidas están sucediendo en otro lugar, eso es así, pero también tu vida está sucediendo. Y este es el suceso en que debemos centrarnos.
Desde luego, no podemos visitar todos los lugares ni conocer a todas las personas ni desempeñar todos los trabajos, pero tenemos a nuestra disposición en nuestra vida casi todas las cosas que podríamos sentir en cualquier otra vida. No tenemos que jugar a todos los juegos del mundo para sentir lo que es la victoria; no tenemos que oír todas las piezas musicales del mundo para entender la música. No tenemos que probar todas las variedades de uva del planeta para conocer los placeres del vino. El amor, la risa, el miedo y el dolor son divisas universales.
Lo único que tenemos que hacer es cerrar los ojos y paladear la bebida que tenemos ante nosotros; escuchar la canción que alguien toca para nosotros en directo. Estamos tan plena y radicalmente vivos como en cualquier otra vida y tenemos acceso a exactamente el mismo espectro emocional.
Solo necesitamos ser una persona.
Solo necesitamos experimentar una existencia.
No tenemos que hacerlo todo a fin de ser todo. Porque ya somos todo. Ya somos infinitas. Mientras estamos vivas, contenemos todo un futuro de variopintas posibilidades.
Seamos, así pues, amables y cariñosas con las personas con las que compartimos nuestra existencia. Levantemos de vez en cuando la mirada del lugar que ocupamos, porque, dondequiera que sea que nos situemos, el cielo se extiende hasta el infinito por encima de nuestras cabezas.
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