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Pauline Dreyfus

El banquete de las barricadas

  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    A Patrick Modiano, ese escritor que confiesa adorar la oscuridad, venerar la ambigüedad, el misterio, la turbiedad, debería intrigarle la fuga de una muchacha de quince años en un París ocupado por los alemanes. Podría sugerirle escribir esa historia. Incluso tal vez dé con el paradero de Dora,
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    el hotel se situaba así en los dos extremos de la fortuna: por un lado la miseria que impide alquilar un piso, por otro el lujo que permite evitar tales sujeciones.
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    El director y Roland se han mirado. Tendrían que haberlo pensado. No se resume semejante experiencia en una frase. Estamos en el siglo XX, ya no en la Edad Media. Los locos quieren seguir estándolo unas horas más. ¿Cómo tenérselo en cuenta?
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    ¡Yo estoy en contra! –exclama Lucien, quien ha comprobado esta mañana que la autogestión no significaba que existiera el menor punto en común entre una fábrica de bicicletas yugoslava y un hotel de lujo situado en el corazón de París; que el mármol, el dorado y el satén impedían toda comparación con la grisura del bloque comunista, y que no resultaba desagradable, de vez en cuando, sobre todo cuando ya no se tenían veinte años, zarandear su jerarquía.
    –¡No estoy de acuerdo! –declara el barman, quien recuerda que fue el director el que insistió en contratar al joven estúpido formado en el Ritz.
    –¡Apruebo el no! –encarece el cocinero, aún entusiasmado por los cumplidos que le ha granjeado ese menú muy personal y que, a juzgar por los platos vacíos, ha obtenido un claro éxito entre los estómagos presentes.
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    Si le dijeran que falta un lavaplatos en la cocina, se arremangaría y cogería una esponja. Entraña cierta nobleza enfrentarse a lo trivial.
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    entorpecer la buena marcha del hotel. Tampoco creo que sea tan complicado recoger un ticket y dar con la percha correspondiente. Eso me va a rejuvenecer: ¿sabe usted que al salir de la escuela de hostelería hice un curso de formación en el Beau Rivage de Lausana y que me destinaron al guardarropa las dos primeras semanas?
    Había en la Edad Media, al acercarse el año nuevo, un día de los locos. Ese día, en las abadías, en los monasterios, en las iglesias, la jerarquía religiosa se abandona al júbilo colectivo. (El estribillo es conocido, espero.)
    Los empleados se miran. Esa decisión suscita su admiración. ¿Tal lealtad profesa el director al hotel que se muestra dispuesto a endosarse el uniforme más modesto, a desempeñar el papel más mediocre, a realizar el quehacer más subalterno para que la gran maquinaria no se atasque? ¡Qué grandeza! ¿No tendrá ese hombre el orgullo pueril y tonto de los que quieren a toda costa seguir ocupando su puesto? Por más que se diga que los jefes son una pandilla de brutos y que urge prescindir de ellos, ellos han recibido la herencia de un tipo estupendo.
    Así, el director se instala en el guardarropa regentado por Denise ante las miradas respetuosas de sus empleados. Y realizará su tarea con un aplomo y una dignidad que habrían complacido a la titular del puesto de haber estado allí para verlo. Los clientes se marcharán con sus efectos. Las perchas recobrarán su soltería
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    –Subir siete pisos a pie para alcanzar el séptimo cielo, ¡acepto!
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    El director golpea tres veces la puerta de la 202.
    J. Paul Getty se estremece.
    Llegó la hora. ¡Por fin!
    Empezaba a cansarse de escrutar los menores pliegues de las cortinas, de escudriñar al menor pastor, a la menor oveja bordada en la tapicería, de mantenerse a la espera inmerso en esa decoración ñoña tan alejada del tiempo presente. Los golpes se repiten pero siguen siendo discretos. Una voz inquiere tras la puerta: ¿Puedo entrar, señor Getty?
    ¿Será una estratagema para hacerle abrir?
    No se imaginaba a los revolucionarios tan corteses. En Ekaterimburgo no se anduvieron con tantos remilgos a la hora de liquidar a la familia imperial. Han hecho progresos desde 1918.
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    «¡Todos somos judíos alemanes!» Denise Prévost, Rosenthal de soltera, superviviente de Birkenau, escucha estupefacta los gritos de los manifestantes. Fluctúa entre sentimientos contradictorios, el temor de que su marido, pese a su casco y su escudo, resulte herido esta noche en los enfrentamientos y la admiración por el atrevimiento de los jóvenes. Lo que había tomado por un alboroto de niños mimados, de niños que no han conocido la guerra, sus privaciones, su crueldad, cobra una forma ideal que, esta noche, le emociona.
    –Es bonito ese eslogan –dice–. Te devuelve el optimismo sobre el futuro del país.
    Lucien y Roland la miran asombrados. Es la primera vez que la Lechuza pronuncia una frase positiva. La verdad es que este mes de mayo está lleno de sorpresas.
  • Azafran Hernándezцитує6 років тому
    «¡Todos somos judíos alemanes!», vociferan, cada vez más fuerte, los estudiantes. ¡Reconforta saber que los jóvenes han puesto fin a la xenofobia de otros tiempos!, observa Roland Dutertre con una amplia sonrisa.
    «¡Todos somos judíos alemanes!» Lucien Grapier se muestra escéptico. ¿Tienen los judíos alemanes una partícula en el apellido o una ascendencia noble? ¿Se cambiarán para bajar a cenar al comedor del hotel? Si todo el mundo se toma por un judío alemán, es el fin de los aristócratas ingleses, de los príncipes españoles, de los sultanes de ultramar. El fin de la cubertería pesada, de la porcelana fina, del protocolo riguroso. Del servicio con guante blanco y del refinamiento a la antigua
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