Shim y empujaba una silla de ruedas. Una persona me sonreía de oreja a oreja. Me conocía de memoria esa sonrisa, puesto que la había visto desde que nací.
—¡Mamá!
Mamá se deshizo en lágrimas al oírme. Sin dejar de llorar, no paraba de acariciarme las mejillas y de pasarme la mano por el pelo.