Los sentimientos de inferioridad les roerán las entrañas, pensar en el éxito de usted solo acentúa la sensación de estancamiento o fracaso que experimentan. La envidia, que el filósofo Kierkegaard denominó «desdichada admiración», empieza a instalarse. Usted no podrá verla, pero algún día llegará a sentirla, a no ser que aprenda estrategias para neutralizarla, pequeños sacrificios a los dioses del éxito. O bien disimule su brillantez de vez en cuando, revelando defectos, debilidades o ansiedades, o atribuyendo su éxito a un mero golpe de suerte, o bien búsquese nuevos amigos. Nunca subestime el poder de la envidia.