El Imperio del Sueño

Pues terrorizada con la idea de no volver a soñar, no sólo por perder su trabajo y su forma de vida, sino porque los sueños la completaban, le daban ganas de afrontar el día a día, llenaban sus noches de un colorido particular. Esa emoción era mejor que cualquier otra por la intensidad de la que dotaba a la vida.

Ahora sólo servía para soportar el peso de las llaves de ese cuchitril al que a veces se resistía a llamar hogar

ese hormigueo que producen los reencuentros con viejos amigos: el que por un instante eclipsa lo malo para sólo concentrarse en lo bueno.

Las cosas que estaban en el pasado no debían retomarse. El pasado estaba bien donde estaba.

, sino por su forma de caminar, cuadrando lo

le abofeteó en la cara y tuvo que entrecerrar los ojos, aturdida. Apretó los puños y se obligó a caminar por las descuidadas calles de su barrio suburbano. El

Los titulares parecían arder. En todas las cadenas de televisión, radio y prensa se decía lo mismo. Shoana no sabía si le hacía gracia o si debía preocuparse

problema que atenazaba a Leiza era más que grave. Si continuaba con aquella mala racha, su vida iba a irse al traste. No sabía hacer otra cosa, llevaba una eternidad en aquel negocio. Lo era todo en su vida. ¿Qué podía hacer si no?

Era una inútil en otros aspectos cotidianos. Desde pequeña no había tenido que preocuparse por nada: llevaba una vida de soñadora perfecta. Toda su familia lo había sido y no había oído que se hubiera saltado ninguna generación. En fin, tampoco le había preocupado nunca esa posibilidad…

De manera que ¿qué le iba a decir en cuanto llegara? ¿Que no había soñado nada? ¡Venga ya! ¡Aquello era imposible! Al menos, para ella.

El problema que atenazaba a Leiza era más que grave. Si continuaba con aquella mala racha, su vida iba a irse al traste. No sabía hacer otra cosa, llevaba una eternidad en aquel negocio. Lo era todo en su vida. ¿Qué podía hacer si no?

Era una inútil en otros aspectos cotidianos. Desde pequeña no había tenido que preocuparse por nada: llevaba una vida de soñadora perfecta. Toda su familia lo había sido y no había oído que se hubiera saltado ninguna generación. En fin, tampoco le había preocupado nunca esa posibilidad…

De manera que ¿qué le iba a decir en cuanto llegara? ¿Que no había soñado nada? ¡Venga ya! ¡Aquello era imposible! Al menos, para ella.

Aunque el Halcón fuera una de las mejores traficantes de sueños, había algo que no soportaba: que los hombres mandasen sobre las mujeres.