Una infancia religiosa no es un recuerdo con el cual sea fácil lidiar. A regañadientes, Camilo Ortiz asume su formación de vástago católico y de dicha fuente fluye un sinnúmero de melodías, versos, historias, reminiscencias y filosofías que componen este, su primer libro, «La casa sola». Su apuesta miscelánea está acorde con el mundo hiperculturizado y, sin embargo, bárbaro en el que vivimos. El autor necesita expresarse en todos los géneros literarios posibles, como temiendo que algo esencial se quede en el tintero para siempre. Además, su osadía estilística le proporciona un placer que se transmite dulcemente al lector, si bien sus temas y motivos suelen ser descreídos, taciturnos, alcohólicos. A la manera de un Charles Bukowski de provincia, pero que a la vez desmitifica las supuestas virtudes de calma y contemplación de la zona central de Chile. Ortiz se eleva como un ángel demoníaco, un rebelde de la aldea, con su escritura colmada de benéficas influencias. Sin duda, un hallazgo.
Iván Quezada
Escritor