El fabuloso mundo de las letras

añadió que el único aceite que conocía para engrasar la mente era leer.

agilidad del relato

Apareció un inesperado letrero a un lado del camino.

–Ya me había olvidado de los letreritos –sonrió.

Yo solo digo algo evidente: que leer te hace mejor y que además te obliga a pensar, a crecer, a madurar.

¿Por qué cuando algo no os gusta, no os cuadra o no lo entendéis, le buscáis siempre la explicación más peregrina y absurda?

Porque los libros se dice que se leen, pero en realidad, lo que pasa es que el lector los siente. Eso los hace especiales.

Pero más lo hizo el hecho de que, detrás de cada obra, se escondiera el talento, el genio y el invisible rostro de una persona capaz de haberla escrito, pacientemente, palabra por palabra, letra a letra.

–Veréis, cuando veo una película en televisión, no dejo de sentirme un poco tonto, porque en el instante en que dan los anuncios, sé que medio millón de personas vamos a hacer pis, y otro medio se levanta para llamar por teléfono, hacerse un bocadillo o lo que sea. Y eso de hacer pis cuando lo «ordena» la tele... aunque tenga ganas, me hace sentir como un tonto. En cambio, leer un libro es puro individualismo, un acto de amor total, porque estás tú solo con el libro. Es muy difícil que alguien lea el mismo libro en el mismo momento, aunque no imposible; pero sí es casi imposible que lea la misma página, y ya es absolutamente imposible que aunque lo haga, sienta lo mismo. Esa es la clave. Si no sentimos nada, estamos muertos.

Ser pequeño era un latazo.
Todo el mundo gritaba, ordenaba, mandaba, y tú ¡a callar y a obedecer!