En un sistema en el que se intriga, se traiciona, se envilece; donde se justifican asesinatos masivos y la explotación, donde se permiten prácticas políticas, comerciales, industriales, profesionales, financieras, deportivas y culturales impregnadas de usura y de la más vulgar materialidad, donde todos se intoxican con alcohol, estimulantes, tranquilizantes, calmantes, modas, televisión o fanatismo, de pronto todos se erigen en defensores de la salud, de la virtud, y se escandalizan, satanizan a muchos jóvenes que rechazan la miseria moral en que se vive y que lo manifiestan dejándose las greñas, oyendo rock y atacándose con mariguana y otros alucinógenos. Despeñarlos en la cárcel, especialmente en Lecumberri, era a todas luces excesivo. Estar en la prisión, por muy bien que le pueda ir a cualquiera después, es demasiado brutal, injustificado e inapropiado para enfrentar un problema de hondas raíces sociales y sicológicas.