Hay varias formas de contar una ciudad, de quererla o de odiarla, o simplemente de habitarla, pero solo escribiendo sobre ella es que se la llega a descubrir en su totalidad.
Daniel opta aquí por contarla más allá de los tópicos. Lo hace rompiendo a escribir veinte anécdotas entrelazadas, situando cada una de ellas en una sección administrativa de una aglomeración que se articula, como refiere el título, en diecinueve comunas y un aeropuerto.
No esperen, pues, los lectores potenciales, una especie de guía costumbrista de la ciudad, sino esa “húmeda amalgama” de sentimientos y emociones de otredad, que constituye la esencia de una ciudad en continua mutación.
Así, en las manos de Daniel, Bruselas es otra, o por lo menos distinta de como acostumbran describirnos esta ciudad gris de funcionarios y conflicto de lenguas, de batiburrillo de etnias y esencia difícil. Juega Daniel con los dados de la realidad y de la ficción y consigue darle otro aire a Bruselas, el de ciudad cosmopolita y próxima, poliédrica y agradable para vivir y para soñar, sobre todo para soñar.